Cuando uno es joven siempre busca referentes. Más allá de los gritos histéricos de adolescentes que entran en estado de shock al contemplar la última aparición televisiva del futbolista-actriz-cantante de turno, los que sentimos una especial devoción por una determinada disciplina intentamos encontrar alguien que encarne ciertos valores o cualidades que, tras el paso de los años, queremos alcanzar. En este mismo sentido, Los cínicos no sirven para este oficio es un hallazgo maravilloso porque Kapuscinski es un referente. Las ciento veintiséis páginas que componen el libro -separado en tres partes- nos ayudan a perfilar un personaje del que podemos destacar, a simple vista, una formidable madurez intelectual y su más que dilatada experiencia profesional.
En la primera parte de la obra encontramos una interesantísima entrevista a cargo de la periodista y escritora italiana Maria Nadotti dónde Kapuscinski, con una clarividencia magistral, considera diversos aspectos de la profesión periodística. En una serie de brillantes reflexiones, el autor polaco destaca algunos de los que, bajo su punto de vista, son los aspectos más importantes que debe conocer un comunicador como son: la continua profundización de los conocimientos, el sacrificio, la dedicación, el seguimiento de una estricta ética o la curiosidad por descubrir un mundo sometido a una mutación permanente. El periodista del siglo XXI, además de seguir estas directrices, debe tener en cuenta dos condicionantes para el desarrollo de su profesión; el avance tecnológico, que puede agilizar sus tareas pero nunca sustituirlas y, por otra parte, la creación de la denominada información-espectáculo. El concepto de espectáculo que apareció en los textos Situacionistas y que, más tarde, encontraremos en toda la crítica de la sociedad contemporánea del post-modernismo y el post-estructuralismo es clave, a mi modo de ver, para entender los mass media y su continua degradación. Ante este nuevo periodismo espectacular fuertemente condicionado por los intereses empresariales, Kapuscinski nos propone un periodismo intencional y verdadero que se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. Asimismo, el periodista además de narrar para obtener algo debe empatizar con las personas. Éstas, materia prima de toda su producción, necesitan ser escuchadas y, por este motivo, demandan la cercanía del otro interlocutor.
El periodismo más humano, más próximo, conocedor de su alrededor e incansable buscador de fuentes que predica Kapuscinski se ve reflejado en la segunda parte del libro. Gracias a la entrevista realizada por Andrea Semplici descubrimos que todo el discurso del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades no es baladí y se ejecuta, según narra el periodista polaco, en sus continuos viajes a países tercermundistas, en especial en sus experiencias en el África pre y post colonial.
En consonancia con su voluntad de hacer una comunicación intencional, el escritor da voz a los más desfavorecidos y desesperanzados (que normalmente también son los más silenciados) lanzando así un claro mensaje de rechazo al narcisismo y la intolerancia propios del mundo Occidental. Fruto de sus viajes a lo largo y ancho del globo surgieron algunos de sus mayores éxitos literarios como El emperador o El Sha, que cultivan un género que algunos expertos han coincidido en denominar periodismo literario.
La parte final del libro, en un mano a mano intelectual con el escritor y crítico de arte inglés Jhon Berger, es un torrente riquísimo e inacabable de ideas sobre el mundo, el arte, la relación entre la literatura y la experiencia vivida, la información y los medios y las demás fenómenos que nos rodean y que, a fin de cuentas, construyen la realidad en que vivimos.
Llegados a este punto, queridos lectores y jóvenes periodistas en busca de referentes, no reaccionen de forma enajenada como babeantes perros pavlovianos que, al escuchar el dig-dong de unas maravillosas palabras, acuden a su librería más cercana para adquirir Los cínicos no sirven para este oficio y se convierten en practicantes de un catenaccio acrítico pro-Kapuscinski porque esto no ha terminado. Esto no ha terminado porque, en el periodismo, las cosas nunca se acaban si quedan interrogantes por resolver. Por este motivo, como buen periodista, mi obligación es ofrecerles los sucesos desde una óptica lo más amplia posible.
¿De qué forma labró su carrera de gran reportero en un sistema que no era democrático? ¿Era suficiente tener el talento de reportero y de escritor? ¿O era necesario tener otros talentos como el de un negociador político, el saber convivir con gente extraña y el de tener un buen olfato? ¿Nos dijo siempre toda la verdad de lo que había sucedido y de lo que había sido testigo? ¿O cruzó las fronteras de la ficción vendiendo lo que hacía como periodismo? Esta serie de preguntas son algunas de las que nos podríamos formular y que Artur Domoslawski resolvió parcialmente en su Kapuscinski non fiction. El reportero de Gazeta Wyborcza fue discípulo y amigo de Kapuscinki durante los últimos nueve años de su vida y, con esta biografía no autorizada, destapa algunas de las vergüenzas de su maestro.
¿Y ahora qué hacemos? ¿No era Kapuscinski “el periodista del siglo XX”? ¿Salimos a las calles en protesta para que le retiren el Príncipe de Asturias al autor polaco? No se lo aconsejo ni lo deseo. No hay que olvidar que esta al alcance de muy pocos elevar el reportaje al nivel de la gran literatura y, además, ayudar al entendimiento universal de los mecanismos de poder mediante una obra. Por eso yo solo les recomiendo que gocen al máximo de esta amena lectura y que no se dejen embrujar por el espíritu épico que envuelve la figura endiosada del protagonista. El resto se lo dejo a ustedes que, como lectores inteligentes y soberanos, deberán decidir si les gusta el libro, si creen en la notabilidad de Kapuscinski, si quieren hacer de él un referente y, en último término, si los cínicos sirven para éste oficio; el oficio de periodista.