El libro está construido a grandes brochazos, con energía, dejando fluir la acción a un ritmo ni lento ni rápido, corriendo pausadamente como empujada por el vaivén embrujado propio de los momentos de inspiración. Irracional pero llena de sentimiento, a la manera de las pinturas de Pollock, así es la historia que construye Murakami. En este mundo absurdo pero, al fin y al cabo, real se desarrolla la historia de Watanabe, un joven estudiante nipón que se traslada a Tokio para estudiar literatura después de la trágica muerte de su mejor y único amigo, Kizuki. El protagonista, abrumado por el infausto devenir de su existencia, intenta encontrar su sitio en ese tránsito interminable de luces y personas que es la ciudad de Tokio.
Todos los personajes de la novela comparten un mismo sentimiento muy arraigado en la profundidad de su ser; se sienten perdidos, descolocados, distorsionados en una realidad que les empuja a chocar continuamente con las costas agrestes de la vida, una y otra vez, como el oleaje en las rocas. Por este motivo, huyen. Des de mi punto de vista la historia que nos cuenta Murakami, es la de una huída. Una huída sin persecuciones ni coches policiales, una huída dónde perseguidor y perseguido se confunden creyendo el segundo que al alejarse de su entorno ganará la partida. A excepción de Nagasawa, el resto de los personajes principales intentaran a lo largo del relato escaparse de una realidad para construir otra más perfecta, más feliz y, sobretodo, más segura. Watanabe se deslizó hasta Tokio para olvidar la muerte de Kizuki y recorrerá las playas del mar de Japón desde Tottori hasta Hyogo tratando de evitar el tormento que supuso la perdida de Naoko. La misma Naoko trató de refugiarse en un sanatorio en un intento de alejarse del entorno hostil que la estaba ahogando. Incluso Reiko y Midori, cuando se sienten arrolladas por un mundo que no se detiene, huyen. El autor, haciendo un clarísimo guiño a la novela de Thomas Mann La montaña mágica, construye un espacio dónde una comunidad de pacientes puede independizarse de la sociedad. Si en la novela de Mann el emplazamiento escogido fue un hospital para tuberculosos, los personajes de Murakami se alejan hacía un paraje idílico dónde reina la calma y la solidaridad entre los habitantes de la comunidad.
Y en este momento es dónde surge la pregunta clave: ¿qué encuentran en su fuga? ¿Serán más felices? ¿Se sentirán más seguros? Lejos de llegar a ninguna de esas metas, continúan sintiéndose igualmente miserables y rechazados por su entorno. Porque, amigos míos, así es la vida; una ruta sin rumbo, llena de soledad y tristeza que como errantes jinetes a lomos de un corcel exhausto recorremos día a día haciendo gala de nuestra bizarría y, porque no decirlo, de nuestra esperpéntica candidez.
En este mundo caótico y desconcertante, dónde sus personajes se tambalean arrastrados hacia la nada meciéndose en el vals de lo lógico y lo absurdo, el sexo se muestra como la única alternativa posible. Cansados de intentar escapase de sí mismos y liberarse de sus sombras, nuestros protagonistas se lanzan al sexo con pasión como animalitos indefensos que buscan en un bosque frío y lleno de sombras algún lugar resguardado para pasar la noche.
El sexo y el amor son elementos recurrentes en la novela. Contrariamente a lo que nos podría conducir el párrafo anterior, Murakami no reduce las relaciones sentimentales a la pura satisfacción de nuestro deseo sexual. Él nos expone lo que implica enamorarse; para el escritor japonés significa arriesgarlo todo, exponer tus sentimientos. El amor y el sexo son maravillosos, pura elevación, néctar para la vida y caviar para el paladar; sin embargo, dada la complejidad de nuestras relaciones, originan un interminable remolino de sentimientos entrecruzados que pueden acabar por engullirte.
Toda esta dosis de realismo que Murakami injerta en la novela, tiene como telón de fondo el Tokio universitario de finales de los 60’s. Como en tantos otros países europeos, aquella época es recordada, entre otras cosas, por la agitación del los estudiantes universitarios. El autor, sin embargo, no parece estar muy interesado en ese momento histórico, dada su inclinación a considerar hipócrita y pusilánime el movimiento estudiantil en repetidas ocasiones durante la novela. Asimismo, el escritor indaga sobre cuestiones muy presentes en la cultura japonesa como el suicidio o la soledad pero siempre desde una visión occidental.
Aunque muchos críticos han arremetido duramente contra la novela al considerarla muy comercial, facilona, inocente o demasiado pop, bajo mi punto de vista ante este ejercicio literario sólo cabe el aplauso y la reverencia. No entiendo esa tendencia bastante snob que se ha extendido entre algunos críticos que se dedican a rechazar sistemáticamente toda la basura comercial. Es cierto que Murakami cae en el tópico, que el desarrollo de la historia es previsible, que sus personajes son sencillos y que quizás abusa del diálogo pero ¿y qué? No quiero defender el best-seller, pero si hay millones de personas en el mundo que les ha gustado Tokio Blues será por alguna razón. La literatura ligera, asequible, simple, popular DEBE existir, así como también existen las telenovelas o Lady Gaga.
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