Proyecciones diarias dan vida a la sala de cine de la UAB
Acudimos con rigurosa puntualidad al Edificio de estudiantes de la Universidad Autónoma de Barcelona para asistir a la clase de Historia del Cine dirigida por Ludovico Longhi. El mismo profesor, con una amabilidad acentuada por su habla pausada, nos conduce hacia la sala de cine que, a pocos minutos de iniciarse la clase, sigue vacía. Con su discurso conciliador y sosegado, el profesor Longhi inicia una detallada descripción del emplazamiento asumiendo con una calma y una normalidad confortadoras la ausencia de público.
Sus indicaciones son tan evidentes como la organización del emplazamiento; un espacio rectangular, amplio, sencillo, bien iluminado, que dispone de once hileras de butacas y una gran pantalla. A excepción de una mesa para conferenciantes y profesores situada justo debajo dónde se proyectan las imágenes, el resto de los elementos concuerdan con la disposición habitual de una sala de cine. De esta forma, al ritmo acompasado de un silencio perturbador e inquietante que surca la suave atmosfera, seguimos examinando la sala como aquél que recorre el campo de batalla antes de que la barbarie y la ferocidad se apoderen de la escena.
Así como un atuendo adecuado puede embellecer una mujer o una excesiva palabrería puede arruinar un discurso, el bullicio del público transforma el ambiente de una sala de cine o de teatro. Por eso, de la misma forma que lo hacía el pintor impresionista Claude Monet, debemos esbozar un nuevo retrato de la situación. Ahora, ya iniciada la ponencia de Ludovico Longhi, los alumnos empiezan a llegar de forma desorganizada, constante e interrumpida en pequeños grupos. El runrún constante generado por los jóvenes enturbia las palabras del profesor que, con un discurso ameno e interesante, invita a sus pupilos a participar del momento para crear el ambiente propicio para la proyección de una cinta. Ese clima excelso, lleno magia y elevación que surge de la relación de reciprocidad entre el espectador y la pieza de arte, por desgracia, nunca llegó a alcanzarse. La falta de atención rozaba la grosería.
Sin embargo, a pesar de la esterilidad reinante en el visionado de las películas, no desconfiamos del interés y la afición al cine de los estudiantes. Seguro que, en nuevas ocasiones, se darán las condiciones para enaltecer un lugar de apariencia sencilla y aséptica y, de este modo, hacer del mismo un templo pomposo y magnificente.
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